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Historia de una elección

Se pueden mencionar muchos problemas como el deterioro ecológico, la concentración del poder político y económico, y muchos otros, pero hubo uno que potenció a todos los demás y que fue una creciente corrupción que no era nueva pero que cada vez se hizo más evidente, más impune, y que fue claramente identificada por la población como la culpable de todos sus problemas y de las malas condiciones de vida.


Artículo de Roy Campos publicado en El Economista (05 de febrero 2019)

El país llevaba décadas de malos gobiernos a pesar de la alternancia, no sólo había crecido la pobreza que alcanzaba a más de la mitad de la población y generaba regiones olvidadas con desarrollos más parecidos al siglo XIX que al XXI; también la inseguridad estaba en niveles tan altos que los ciudadanos se veían obligados a armarse, defenderse entre ellos y evitar circular por carreteras o pasear por los bellos lugares del país.


Se pueden mencionar muchos problemas como el deterioro ecológico, la concentración del poder político y económico, y muchos otros, pero hubo uno que potenció a todos los demás y que fue una creciente corrupción que no era nueva pero que cada vez se hizo más evidente, más impune, y que fue claramente identificada por la población como la culpable de todos sus problemas y de las malas condiciones de vida.


A partir de ese momento, la clase política (sin importar el partido), los empresarios, los medios de comunicación, el Poder Judicial, los policías y a veces hasta las Fuerzas Armadas e Iglesia fueron colocadas en el mismo costal, todos eran parte del sistema y todas eran responsables en mayor o menor medida de la corrupción y problemas que cada ciudadano, que cada familia, que cada escuela, que cada pueblo, que cada migrante vivía, la historia estaba lista para ser contada: este país tenía muy claro el problema (corrupción-impunidad-mal gobierno), sabía cuál era el villano (el sistema completo) y soñaba con la solución (cambiarlos a todos, modificar radicalmente todo), les faltaba el héroe que los llamara a la acción, faltaba ese personaje de toda gesta heroica que encabezara un movimiento para llegar con él al final feliz que se visualizaba.


En ese momento surge un personaje “sin padrino político” que busca primero hacer su carrera amparado en partidos de izquierda, porque parecía el camino más limpio para llegar; después de unos años. Llega incluso a gobernar la capital del país y hacerse de una gran popularidad nacional que lo hace entender que va por el camino correcto y que ahí puede fincar una candidatura y un triunfo presidencial, pero el partido de izquierda que lo postula lo ve como un advenedizo, no pertenece a la casta divina y poco a poco se van distanciando hasta que se separa o lo separan —como quiera leerse— y decide crear su propio partido, un partido emergente que como todos los que surgen nacen “chiquitos” sin recursos ni estructura, partidos ligados inevitablemente al personaje, hasta es difícil llamarles partidos porque les falta una definición clara de su estructura y que, por ende, deben ser considerados más como “movimiento” y sí, así se concebía.


Pero resulta que el sistema no sería villano si se deja vencer fácil y además que la gesta perdería mucho de su interés si ese sistema se rindiera a la primera dificultad, así que vemos cómo la pelea se torna desigual, los elementos del sistema se activan, el Poder Judicial le impone restricciones, los empresarios aportan recursos y estrategias de comunicación para desprestigiarlo hasta meterse con su familia o su religión, muchos “intelectuales” hacen ver sus defectos sin mencionar sus atributos, quiero creer que por pensarlo individualmente y no como una estrategia de grupo, los medios no se abren fácilmente y cuando se menciona su nombre se hace más en forma negativa. Parecía guion de una película y visto en retrospectiva ayudaban a engrandecer la figura de ese potencial candidato.


Los tiempos han cambiado, para hacer política ya no se requiere lo mismo, las nuevas generaciones ya nacen inmersas en crisis de credibilidad del sistema y no compran fácilmente los ataques, el país ha sufrido décadas de emigración debido a malos gobiernos y esos migrantes ubicados sobre todo en EU tienen otra información y la transmiten a los habitantes del país, pero sobre todo aparece un canal de comunicación y un medio para su recepción, me refiero a las redes sociales y a los teléfonos inteligentes, los cuales han proliferado, sí es cierto, motivados por el sistema al que se ataca, pero que lo hizo pensando en razones comerciales. El escenario estaba puesto entonces, el “héroe” de esta historia por fin tenía el arma que requería, las redes sociales. El sistema, pues, al expulsarlo y tratar de destruirlo, construyó y fortaleció a un candidato y le dio además el arma para combatirlo.

La campaña entonces parecía una lucha entre David y Goliat, o mejor dicho, en la suma de Davids encabezados por el candidato contra un Goliat poderoso, y así fue, dura, larga pelea, llena de mentiras, las redes eran la honda de Goliat y se daban golpes certeros que poco a poco fueron mermando la fuerza de Goliat hasta hacerlo caer como hace años no se veía.


Todos los partidos juntos, es decir, todo el sistema, no pudieron tener los votos suficientes para vencer al protagonista, obtiene 53% de los votos y su triunfo llega a todos los rincones del país, no importaba si eran regiones de izquierda ni de derecha, no era cosa de la geometría política, a todos les ganó, el grito del país fue unánime ¡queremos cambio!

Perdón, si estabas pensando en tu país, lo siento, yo siempre me estuve refiriendo a un país en el que he pasado mucho tiempo desde hace años, El Salvador, y el personaje evidentemente es Nayib Bukele, aunque la historia podría acomodarse a muchos lugares.



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Roy Campos

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